domingo, 17 de abril de 2011

El final de una épica historia.

Y él se quedo allí. En su rincón preferido, junto a la gran ventana en la que veía de lejos su ciudad. En la silla en la que había escrito mil poemas para la amada que no volvería. Se quedo allí, sentado, sin palabras, sin reacción. Simplemente esperando un futuro que no vendría, un futuro que imitaría a su pasado.
Escuchando las dulces tonadas de un afinado violín, miro la lluvia empezar a caer. Recordando como aquella vez la sintió de la mano de su amada, la misma que lo hizo conocer la magia del caer de la lluvia.
Mientras miraba en su recuerdo las sonrisas de ella y oía sus risas. Todo en un esplendido paisaje gris, casi sepia, casi de antaño. Se quedo mirando la lluvia caer desde su ventana. Esperando que el tiempo pasara y su presente fuera distinto, no fuera su realidad.
Escribió sonetos de amor que aun hoy recordamos. Escribió una vida por frase. Escribió su lenta agonía ya que en silencio vivía. Todos los días, a la misma hora, en la misma silla, en la misma ventana, esperaba verla a lo lejos caminar por esa recta entrada de piedras bajo los frondosos árboles que fueron su única compañía.
Se quedo allí, en silencio, sentado, mirando atardeceres esperando por ella. Se quedo por años en el mismo lugar. Pero ella nunca volvió...

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