Siempre quise
hacer a cada persona a la cual ame o quise mi inspiración total y completa.
Siempre les quise dar un amor que estuviera en un espacio en mi corazón
privilegiado. Fuera un hombre o esta mujer siempre quise hacer a alguien feliz,
ver la sonrisa de una persona sabiendo que yo era la causa de esa sonrisa.
Siempre quise sentirme bien al pensar que podía hacer un bien a la humanidad.
Creo que todo lo
basaba en eso. En hacer feliz a una persona día a día era mi forma de aportar
un granito. Siempre quise saber que alguien me amaba tanto como yo le amaba de
vuelta.
Es curioso como a
muchas personas herí y como muchas otras me hirieron. Es curioso que a pesar de
esos golpes directos a mi esencia, aun así logro recordarlos con buenos ojos.
Esos buenos momentos. Esas risas. Darse la mano por primera vez. Esos besos.
Esas miradas de que la vida nunca se detendría.
El amor, el amor
no es para mí algo renunciable. No puedo morir pensando en que lo deje de lado.
Siempre quise dejarlo plasmado en palabras, en textos, en miradas, en esas
personas con las que cree recuerdos en algún momento y que hoy son solo un
recuerdo.
Siempre quise
envejecer al lado de esa persona. En sus brazos. En su pecho. En sus ojos.
Ningún nombre en particular se asoma. Siempre quise creer en que había un amor
tan fuerte que lograra inspirarme casi tan fuerte como las famosas tonadas de piano que toda la
vida me han tocado y dado en el corazón.
Amé con el
corazón, nunca con la cabeza. Nunca logré prevenir el llanto o el sufrimiento.
Siempre busque algo más que alegría, amor. Siempre busqué la inspiración en
amores de verano. En miradas opacadas por el sol. Siempre busqué paz. Paz y esencia.
Inspiración.
Siempre quise
cuidar a alguien más que a mí mismo. Siempre sabiendo que lo harían por mí.
Siempre quise que nuestro mundo fuera rozar nuestras pieles por cuanto tiempo tuviéramos.
Siempre lo pensé. Lo esperé. Nuestros pechos juntos, manos y ojos en el otro.
Solo mirándonos, esas miradas que matan, que reviven, que llenan, que jamás se
olvidan. Esas miradas que llenan, que inspiran. Tantas miradas tengo en mi
mente, en mis recuerdos. Pero ninguna logro conservar por mucho tiempo. Son
fragmentos de segundo que me llenan e inspiran, que me alegran el día, que
pintan un gris mundo de color para luego irse y recuérdame que solo estoy.
Siempre quise que
una persona lograra comprender mi mente. Mi compleja y trastornada mente pero
ninguna lo hizo. Siempre pensé que iba a hallar una persona exactamente igual a
mí, igual en mis deseos, mis sueños, mis metas, mi inspiración, mi actuar. Me
perdí en amores de verano buscándome a mí mismo. Buscando lo que nunca había
perdido pero que aún no logro ver. Me perdí en un bosque lleno de árboles de
distinto tamaño que iban mostrándome la luz entre sombras. Me perdí de los
mejores placeres de la vida por llenarme solo de un amor que pensaba que tenía.
Me perdí de la vida por buscar alegrar una que la mía perdía.
Siempre quise que
mi vida fuera tan corta pero tan llena como un trayecto por las montañas en donde
a tu lado está esa persona que te llena, y una mirada y una sonrisa, en un
paraje entre árboles y luces. Quiero que ese sea mi última vista. Un bosque con
vista a la lejanía, a la luz, al horizonte que siempre disfrute.
Siempre quise
pintarle el mundo color de atardecer a mi esencia. Sabiendo que era mi propia esencia
la que necesitaba color.
Esos colores. Esa
vida. Esos tonos llenos de inspiración, de amor, de ternura. Ese momento que el
tiempo, el aire y el espacio parecía abrazarte. Siempre quise regalarle esa
magia a un corazón y que fuera tan eterna como el tiempo mismo, como el
universo, como el espacio.
Deseo que mi
mente guarde ese momento cada día, cada noche, eternamente.
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